domingo, 11 de abril de 2010

PERFUME DE CANGREJA

Recién había ingresado a la universidad.
Era un viernes de septiembre.
Caminaba descuidadamente con mi morral entre los eucaliptos
y de pronto ella me descubrió.
Me miraba desde una banca.
Sorprendido, escuche que pronunciaba mi nombre.
Su voz era gruesa, su mirada delgada.
Mi cuerpo tembló no sé si de emoción o miedo.
Se acercó sigilosamente.
Me murmuró algunas palabras ininteligibles al oído.
Casi sin percibirlo ya me había introducido su mano fría
dentro de la mía caliente.
Y desde entonces,
estuve unido a ella y condenado a amar a esa mujer con ese olor
que emanaba de su cuerpo y que me perturbaba hasta el orgasmo.

Cada vez que estaba a su lado
ingresaba en una maravillosa embriaguez
a la cual seguía una vez que ella se marchaba,
una opresión en el pecho,
punzadas que me atravesaban el tórax de este a oeste
y que algunas veces
transeúntes hubieron de ayudarme y colocarme
en una banca del parque hasta que me restableciera.
A veces solía captar su presencia a cierta distancia
entonces el cuerpo se me estremecía
y mi corazón sonaba como metales en el pecho.
En esos momentos críticos no sabía si huir
o entregarme a sus brazos flacos,
bellos y huesudos como ramas de ciprés.
Había ocasiones en que decidía huir cual perdido cromosoma,
pero luego sentía una culpa roja,
una angustia que manchaba mi camisa
e irremediablemente retornaba
e ingresaba nuevamente a su boca como una grave nota musical.
Desde que conocí a dicha mujer increíble,
hube de cumplir sus antojos, soportar sus insultos
y requerimientos.
Levantarme de madrugada a realizar extraños rituales
que ella me obligaba de manera seductora a realizar.
Por las mañanas al levantarse una extraña membrana
le cubría el cuerpo la cual rasgaba con sus uñas afiladas,
después se alisaba sus cabellos.
Luego me miraba con su ojo rojo,
con su ojo rojo maravilloso y único
para después decirme que me amaba como atacándome.
Me colocaba luego su dedo frío sobre mi frente
y moviendo lentamente sus labios secos
me juraba que jamás me dejaría.
Yo consternado me sentía como condenado
a un amor a cadena perpetua,
y temblaba, no sé si de ternura o desesperación.
Innumerables sábados
mientras esperaba que bajara de los árboles
a los cuales había trepado para escoger las mejores lianas
de ayahuasca,
la noche se posaba en mi hombro como un cuervo ofendido
mientras yo arrojaba ojos secos de kambú contra el cielo.
Sin embargo hubo sábados que mientras la esperaba,
manejaba mi desesperación
leyendo pasajes del Corán o del Talmud
intentando descifrar sus besos,
su corazón aterido y voraz.
No obstante todo ese embutido de divinidad y maledicencia,
habían noches de magia
en que salíamos a caminar por las calles
a recoger encantadores alacranes
o nos entregábamos en los parques del pueblo a abrazos,
a mordiscos y besos desenfrenados
que continuaban hasta entrada
la madrugada, después de lo cual nos retirábamos extenuados
a nuestro cuartito donde dormíamos hasta casi el medio día.
Al despertar ella rasgaba su membrana,
me miraba y me entregaba un beso furioso para después
pronunciar aquella palabra misteriosa
que nunca me atrevía a repetir
y que me hacía sentir en el fondo de mi pecho que la amaba.
Varios años me mantuve prisionero de la belleza fascinante
de aquella mujer increíble,
que en momentos insospechados me sorprendía,
presentándose semidesnuda, con sus pezones desafiantes
y un collar de yerbas en el cuello,
ejecutando pasos de tango inimaginables
de su autor preferido: Astor Piazzola.
Recuerdo que se había dibujado un tatuaje
en la palma de la mano izquierda
que representaba un ojo y que al anochecer me instaba
que acaricie y bese con unción.
Cierto día la sorprendí dibujando extraños signos
entre las cenizas de los leños,
ella no se inmutó y me dijo simplemente
que estaba apagando el fuego y desde entonces
se cuidó de pronunciar
sus cotidianas y extrañas palabras a media luz
con ese extraño pañuelo amarillo que cubría su frente.
Sabiamente aprendió a leer mi mirada.
Cierto día de manera drástica
me prohibió que continuara vinculado a mi familia.
Desde entonces rompí también con mis amigos de la infancia.
Y solitario no me quedó mas que permanecer vinculado a ella
durante las 14 estaciones siguientes.
No me daba un momento de tregua.
Me obligaba a que acaricie sus pocos cabellos,
pronunciara su nombre, bese sus labios secos y verdosos
y que le dijera en un extraño idioma que la amaba.
Todo esto me originaba un crítico estado emocional: arcadas,
eyaculaciones prematuras, palimpsestos,
delusiones, ataques de pánico que me obligaban a esconderme
dentro de los árboles de nuestro jardín.
Cuando esto me sucedía
ella aprovechaba para colocarse su collar de yerbas al cuello,
su cinturón de cuero, y huyendo me dejaba en esa crítica situación
existencial.
Cierta vez para su cumpleaños nos mudamos a un departamento
cerca de un mercado público y hubimos de interrumpir
nuestra eterna luna de miel para desalojar a las cucarachas
que irrespetuosas ingresaban volando por las ventanas y se estrellaban
con nuestras miradas lascivas y tiernas.
En esa oportunidad me obligó que le regalara corales
que de manera sobrehumana
yo mismo había recogido del fondo del mar,
los cuales prendió de sus cabellos mientras pronunciaba
palabras bellas
y obscenas.
A veces de manera imprevista me lanzaba insultos y acusaciones diciéndome
que yo malamente le había arruinado su juventud,
desvanecido su perfume y ocasionado esa infernal arruga que cruzaba su cara
de sur a norte.
Insistentemente me reclamaba el dinero que me había prestado
para pagar los impuestos pues lo requería para viajar al centro del país
lo cual desde luego no podía satisfacer dada mi condición físico/mental
Desconcertado y extenuado cierto día huí de casa
a buscar urgentemente a mis amigos, a mi familia,
al tiempo perdido.
Los años habían transcurrido irremediablemente y caí en una oquedad.
Mis amigos habían viajado a diferentes pueblos.
Fui envejeciendo vértebra tras vértebra, mordido por los recuerdos y los años.
Viví de la caridad pública
dormí en las bancas de los parques.
La madrugada
me sorprendió innumerables veces
muerto de sed, con las estrellas congeladas
en mi frente.
Felizmente ejercitando mi autocontrol
y después de suceder unas siete estaciones
pude manejar todo esto,
hasta encontrar un cuartito
en el ático de una antigua casona
que desde entonces
se convirtió a la vez de vivienda
en mi atelier,
sala de teatro,
taller de pintura,
cuarto de música,
biblioteca,
gimnasio,
gofinoteca,
y catedral de los sueños.
Habían transcurrido siete estaciones más
y cierta vez
que me encontraba leyendo los periódicos
en un kiosco de la esquina del pueblo,
percibí su perfume increíble, su voz fantástica.
A mi espalda alguien pronunciaba mi nombre con dulzura.
Sin voltear la vista la reconocí y le grite tú eres mi amor,
¡cangreja!, la del tatuaje eterno.
La abracé con ternura.
Con esa ternura que solo sienten los suicidas por la muerte, la abrace.
Ella me pidió que nuevamente la tome por la cintura
y que bese sus maravillosos labios verdosos, secos y cuarteados.
Fue entonces que me pude percatar que vestía
un pequeño taparrabos fabricado con helechos y algas,
una delgada cadena de cobre llevaba enredada al tobillo izquierdo,
de su lengua pendía una argolla, y tenía el cabello recogido
con una cinta de cuero.
Fue un encuentro en la cumbre.
Me informó que me había buscado incansablemente.
Había consultado a curanderos y chamanes.
Ellos habían leído el café el humo del tabaco y las hojas de coca,
perdiéndome el rastro.
Recorrió muchos pueblos y conoció extrañas gentes.
Alguien le dio unos pocos informes acerca de mí.
Que cada día al anochecer dos larvas secas,
de manera incesante caían de mis ojos
pues ya había olvidado llorar.
Me relató que ante tales circunstancias
se había decidido por si sola seguir mi rastro
escuchando el canto del killiccha.
Me contó además que nunca dejó de pensar en mí.
Que con el transcurrir del tiempo había cumplido
uno de sus más grandes anhelos.
Después de algunos esfuerzos había logrado comprar
para nosotros un cementerio.
Que por fin había concluido sus estudios de egiptología
en la universidad del estado.
Su voz sonaba metálica.
Me miraba con su ojo bello, único y enrojecido.
Sus labios temblaban al igual que sus manos huesudas y hermosas.
Mientras me hablaba, lanzaba sobre mi rostro briznas de escupitajos
y sueños.
Sus uñas intentaban clavarse en mis nalgas
en un intento de abrazo feroz y tierno.
En un descuido, como antes comenzó a olfatear mis cabellos.
Regala tus trajes me inquirió… regala tus camisas blancas,
déjate nuevamente la barba,
el cabello largo.
Arroja tus mocasines y tus corbatas al mar.
¡Tienes razón!
-le contesté- me propones algo desafiante.
Tengo aun muchas dudas…
pero las dudas son el camino hacia la libertad.
Le grité que no deseaba ser hijo
del pensamiento único,
que para otros tal vez sea más fácil
vivir dentro de la oficialidad que fuera de ella.
Yo deseo vivir a la intemperie
de la independencia.
Le dije que ahora tenía más arrugas en el rostro,
el cabello se me estaba cayendo.
Y le informe de manera taxativa:
estas pobres alas cansadas ya no pueden más.
Al menos déjame descansar un instante
en el parque del frente…
Este encuentro ha sido demasiado para mí.
Es mi segunda y ultima independencia.
Dame de beber
un pedazo de agua de tu cantimplora…
coloca como hace 14 estaciones tu dedo
sobre mi frente…
deseo recuperar mi mugoloscopio
y por favor apaga por un momento el tiempo….
Deseo intentar caminar nuevamente…
porque el sendero de tu cuerpo es extenso.
Necesito recordar el sonido del tambor…
quebrar el milagro…
recomponer los pedazos de la madrugada…
hacer que chorree nuevamente de mi boca
aquel beso increíble…
sanar estos mordiscos…
derramar sobre mi pecho helado el césped…
las cortezas…
la sangre… las pepitas de luz…
la vomitada espuma, el reciente trago de amor y ayahuasca…

domingo, 1 de noviembre de 2009



Vivencias, sentimientos, recuerdos, fotografias destrozadas de madrugada, como cabello olvidado al fondo del tren, lanzadas al viento como suspiro humedo se atraviezan en la garganta como un hueso antiguo, como antiguo clavo oxidado y por necesidad de sacarme el clavo... escribo... por urgente necesidad mental de perderme en mi propio laberinto
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EL CRAZY GLUE [*]
[*] Cualquier semejanza de los personajes de este relato con alguna persona real o imaginaria es pura coincidencia. No obstante hay que considerar que muchas veces la imaginación se copia de la realidad.
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Noche agitada. Ron, cigarrillos, sexo, música ensordecedora, chicas que suben y bajan del mostrador y/o suben y bajan del tubo o en el escenario… es igual. Deslumbrantes diosas de ébano, trigueñas, chinas, blanquitas, morenas, japonesas, bañadas en sudor.

Sobre sus cuerpos como pedazos de espejos, se reflejan los ojos de Guilo y sus dos amigos Lucho y Dante. Ellos en primera fila, con sus infaltables botellas que ya son parte de sus brazos, con un ramillete de billetes en algunas de sus manos van cubriendo a sus ocasionales bailarinas billete tras billete como vieja piel de saurios amables.
Noche de parranda, sábado social, tocar con un dedo el cielo en la hora más alta de la madrugada. Cantar todas las canciones sin garganta, sin voz, sin memoria, sin que falte una.Por momentos uno de ellos desaparece detrás de la cortina del fondo con una chica del brazo y vuelve a aparecer después de una o media hora, sudoroso, sin corbata, con una sonrisa derretida en el rostro.El reloj de pulsera y el pecho revientan de tiempo y de cansancio. Las piernas se mueven, trapos al viento. El regreso a casa es urgente y necesario…

Los brazos de Guilo no pueden mas, caen sobre el piso como toallas mojadas, sus ojos como bolas de billar ruedan chocando entre las paredes de la calle. Donde quedaron ellos. ¿Donde está Dante o Lucho? No recuerda. Tal vez en la barra, en la ultima silla, o sobre el cuerpo de la chinita con tatuaje en el muslo... Eso no interesa. Regresar a casa como soldado en derrota antes de navidad, con el rifle cansado, con muchos tragos disparados en el cerebro… un beso especial y con silenciador disparado románticamente en el centro del pecho... como soldado en derrota… pero esta vez, deseoso de ganar la casa, de ganar la cama, pero no encontrar a nadie en ella. Encontrarla vacía, fresca, sabanas blancas…… Lanzarse desde lo alto de su estatura. Lanzarse hasta la profundidad más oscura del sueno y dormir…dormir sin límite… sin tiempo… Abandonarse hasta lo más oscuro del sueño y dejar el agotamiento como vieja cáscara de piel sobre las sabanas y dormir… dormir… dormir…eso lo que piensa Guilo en las profundidades de su cerebro, mientras se dirige tambaleante a su casa.
Sin sonar las llaves, detiene la respiración, desea parar el corazón, no debe existir ningún ruido -piensa-.
Abre la puerta despacio. Al fondo de la sala se divisa una lucecita roja muy pequeñita. De pronto misteriosamente se enciende la luz iluminándolo todo.
- Pero no… esto no puede ser.- Piensa, entre el humo de su cerebro y las burbujas de la última cerveza
- Esto no puede ser posible –se repite –Pero es cierto., allí esta su esposa Linda,… esperándolo. Sentada en la sala, en el mismo sillón de cada quincena, terminando de fumarse el cigarrillo numero 17 de la noche.
Ella sospecha de Guilo muchas cosas que no ha podido constatar, no tiene pruebas de su infidelidad, no tiene nada… Nada de nada… solo sospechas, ideas… fantasías, imaginaciones fútiles de telenovela que según Guilo, son pensamientos retorcidos importados de la televisión o copiados de sus amigas chismosas del Barrio de 145 street de Saint Nicolás.
Guilo se detiene tambaleante, observándola. Si ella suspirara, el aire lo arrojaría por el suelo y caería como el último cabello de un calvo.
La mira entre sus ojos de chino cansado y dice bajito– ¡ - Oh my God! Son dos Lindas. No puede ser. El trago me esta jugando pasadas- se repite silencioso.
Y allí esta, Guilo, borracho como cada quincena, a las 4.35 de la madrugada. Si no fuera por su saco con doble forro y su pantalón de paño marrón, caería como cae una pelusa sobre el saco de un cargador de ataúdes en funeral. Y ahora, no sabiendo a cual de las Lindas mirar, se acomoda los cabellos tratando de guardar la compostura y la imagen de gran señor. Se arregla la corbata con nudo Wilson que a esta hora de la madrugada mas parece la soga de un ahorcado.
La escena se desarrolla en lo habitual, en lo de siempre, en lo de cada quincena…Ella… sentada, insomne, impertérrita, sin el maquillaje oficinesco de las mañanas, con los brazos faraónicamente cruzados sobre su pecho plano, ruleros al ristre, mostrando sus uñas recién hechas, bata rosada transparente hasta los muslos, codos untados con una crema suavizante amarillento/verdosa, cara cubierta con una sustancia blanca cremosa, sobre los parpados un liquido blanquecino brillante con olor a verduras, en la papada a modo de una crema de cake de cumpleaños tiene untada una secreción verdosa amarillenta con olor a pepino agrio. Sus dientes muerden furiosamente su cigarrillo número 17, amanecido.
Sentada, impertérrita, como soldado en una de las puertas de la ciudad de Tebas por las que nunca ingresaría ningún romano. Estaba esperándolo. Esperándolo con su imagen de chiqui/vieja. Esperándolo como cada quincena, como cada 30 días, como cada 45 días, como cada 60, es decir esperándolo desde siempre…-
-! Hola amor!Fue lo único que le salio de la garganta a Guilo…
Luego, intentando una voz romanticona y amorosa a lo Leonardo Fabio, dijo:
- No me preguntes amor donde estuve, lo importante es que llegue a tus brazos sano y salvo y…Nuestro improvisado canta/autor fue cortado con el consabido, súbito y nada romántico:
-¿Donde estuviste carajo?
-Tu sabes amor… el trabajo... las deudas… mis obligaciones… mi jefe que es un borracho, cuando comienza a beber se vuelve muy exogente…, quiero decir exigente, exigente… eso…tu sabes…-- Esa letra ya me la conozco de memoria
–contesto Linda- aunque sea ponle música…
-Ya ves mujer.
Contesto Guilo –tratando de dirigir su mirada hacia ella ya que de manera descontrolada sus ojos se le iban hacia el techo de la sala. Y acomodándose la corbata de extraño nudo Wilson le refuta.
-Yo cansado y agonizante, después de matarme trabajando hasta esta hora y tu quieres divertirte, ponle música, ponle música… me dices… a esa letra ponle música… a estas horas de la madrugada deseas cantar… tu no tienes consideración, no la tienes…
Guilo tambaleante se dirige hacia el dormitorio. Ve la cama como una piscina enorme. Ella lo sigue de cerca.
- Échate a dormir borracho… le grita fuera de si -por que eso es lo que eres, un alcohólico. Debes de ir a Alcohólicos Anónimos, borracho de mierda, perdido, adicto, alcohólico…

Dijo Linda casi perdiendo la paciencia.
- A alcohólicos Anónimos- contesto Guilo balbuceante tirado en su cama como un trapo mojado.
- Anda mujer… no me hables de esos tipejos, no te das cuenta que no son siquiera valientes para dar la cara, la cobardía les corre por las venas… ellos son alcohólicos anónimos sin embargo yo soy un borracho publico, esa es la diferencia, yo soy mas valiente que ellos… mas sincero que ellos… que ellos… que e…
Las últimas palabras sonaban como eco… y sin pronunciar la última silaba, Guilo se quedo profundamente dormido, con los zapatos puestos y su corbata con el nudo Wilson que simulaba ser la soga del ahorcado antes de exhalar el último suspiro. Linda se encargo de desvestirlo. Le saco como infinitas veces los zapatos mocasines marrones, la camisa blanca impecable ahora matizada con múltiples manchas de colores. Con dificultad la corbata blanca-azulado-marrón, pero al colgar el saco beige en el closet, vio algo abultado que sobresalía del bolsillo izquierdo, introdujo la mano y palpo algo suave, luego saco lentamente dicho objeto terso y delicado y allí estaba, frente a ella la evidencia, la prueba que espero por siglos: un panty color rojo rodeado con elásticos negros. Ella ausculto la pequeña prenda íntima usada cual una entomóloga acuciosa. Luego una electricidad recorrió su cuerpo, disparándole a Guilo una mirada en pleno rostro. Quiso clavarle el cuchillo de cortar pescado en pleno pecho, arrojarle una olla de agua hervida sobre su cuerpo desnudo y pálido de gusano, cortarle el pene como hot dog para salchipapa, pero para ella eso era poca cosa. Fue a la cocina, bebió un sorbo de agua para calmarse. Se sentó al borde la cama y pensó… pensó… pensó… se levanto, se paseo por el apartamento… y de pronto su rostro tomo una extraña forma, sus ojos se le iluminaron de una rara llamita amarillorojacea, y de su garganta mas que voz se escucho un eco que decía
-¡Ahora me vas a conocer cretino!...

Se dirigió al closet y empezó a buscar algo en sus pequeños cajones. Una sonrisa ilumino nuevamente su rostro al encontrar lo que buscaba y lentamente se dirigió a la cama donde dormía el imperturbable Guilo…

A eso de las seis y diez de la mañana, se despertó Guilo consumido por esa insaciable sed de todo borracho. Deseaba beberse todo el lago Titicaca, y ni aun así lograría satisfacerse. Desnudo, solo con su cicatriz en el hombro izquierdo, recuerdo del perro de la cabezona Gladys, a modo de insignia de boy scout se dirigió con paso vacilante a la cocina. Camino con sumo cuidado no deseaba despertar a su amada Linda quien dormía placidamente en el sofá de la sala. Mientras más se acercaba a la nevera mas se alejaban los ronquidos románticos de Linda, conocida como la francesita. Abrió la nevera cautelosamente, la luz ilumino de manera pausada el poco espacio de la cocina descubriendo las uñas semilargas del pie derecho de Guilo. Y allí estaba en el fondo una jarra de limonada helada con cubitos de hielo flotando en su superficie. A su costado, botella verde y grande de Sprite, mas al fondo les hacia compañía de manera fraterna una botella de cerveza marca Pilsen Callao, granizada, cubierta con el frío del hielo. Guilo vacilo un instante, en su cerebro aun burbujeante pensó que era una alucinación, una bendición del cielo. Pero no, allí estaban. ¿Cual de las tres elegiría, para calmar esa sed monstruosa que le quemaba hasta la memoria? Pensó que la cerveza Pilsen Callao era la mejor propuesta, después tomaría cualquier otra bebida si no saciaba esa sed mefistofélica que lo quemaba. Solo demoro segundos, la decisión estaba tomada. Guilo ya tenía la botella de cerveza entre sus manos. Destapo la chapa con los dientes, coloco la boca de la botella dentro de la suya, como beso insaciable de amantes y el líquido se descolgó por su garganta como rodando desde lo alto de una escalera, burbujeándole el cerebro… bebió su cerveza hasta que la concluyo. Bajo la botella. Un eructo tierno con voz de charro amanecido le salio de su garganta agrietada. Después, una corriente fresca le recorrió la espalda, desde el cuello hasta donde la cintura cambia de nombre. Pero no se sentía satisfecho, le faltaba mas, su sed era insaciable. Sed de camello veraniego al medio día.Volvió a abrir la nevera y allí estaba, la botella de Sprite esperándolo, como su amante de turno, helada y burbujeante… no vacilo, la cogió por el cuello, como pato de chifa. Destapo la chapa con los dientes y en segundos el contenido de la botella ya estaba en los rincones de esa parte del cuerpo que se llama estomago. Al sentirse satisfecho, descanso la botella en el piso, se acaricio la barriga y suspiro satisfecho. Luego un eructo se le escurrió entre sus labios tiernos de borracho. Cerró la nevera. Se acaricio suavemente los testículos, se los contó para comprobar si estaban completos, y ya había tomado rumbo a su cama cuando de pronto esas ganas de orinar inoportunas que interfieren súbitamente entre el placer y el deber lo sacaron su de sus inconclusas intenciones. Se dirigió con paso desnudo y tambaleante al baño y dijo entre dientes, es hora de darle la mano a mi mejor amigo.
Vacilante en su caminar, pero decidido con sus fisiológicas intenciones ingreso al baño. Se coloco frente al toilette: testigo mudo y sufriente de sus celebres batallas con el estreñimiento, se concentro, cerro los ojos, soltó las piernas, abandono el cuerpo y descargó el chorro de orina con un quejido que haría temblar al mas psicópata del barrio. Guilo, espero escuchar con los ojos cerrados el melodioso y agradable sonido de su orina al caer al fondo del toilette. Espero y espero y… nada… Pasaron como 20 segundos que a Guilo le parecieron 20 horas. Abrió nuevamente los ojos, se concentro y apunto nuevamente al centro de la toilette, y se abandono nuevamente a los brazos del placer de todos aquellos que orinan después de 30, 40 o 50 cervezas… espero escuchar su chorro grueso, fuerte y viril… espero, pujo, empujo, repujo y nada. Solo un pedo indiscreto y desafinado se escucho a su espalda pero eso no era lo que deseaba…. Deseaba orinar.. orinar como los hombres, como los perros o como cualquier ser que desea simplemente orinar…Pero el esperado, añorado, sonoro y bien amado chorro no salio.
¿Que estaba sucediendo? Volvió a concentrarse, pujo y empujo y nada. La cerveza y el Sprite ya estaban mas abajo del estomago en alguna parte de su uretra sabatina… informándole de manera formal e informal que deseaban salir… era necesario orinar… era urgente… Bajo la vista al sentir que en su mano derecha su pene se iba hinchando como globo de niño en Año Nuevo.
- ¿Que es esto? Se pregunto aterrorizado.

Su pene –antiguo héroe de incansables batallas- estaba ahora desconocido. Parecía un buche de pavo, hinchado, venoso y amoratado a punto de reventar. Y lo peor: su orina no salía.
Las piernas le comenzaron a temblar. Un sudor frío le lavo la cara y le enjuago el cabello. Sentía que su pene iba a reventar. Un dolor le invadió desde la entrepierna hasta la altura de la nuca. El sudor ahora le corría por la espalda y las piernas le temblaban como perro chino en madrugada.
- Lindaaaaaaaa,-
Grito desesperado con los ojos desorbitados.
- Lindita por favor-
Repitió esta vez más tierno y dulce que diabético comiendo chocolate.
- ¿Amor que me esta sucediendo? Fíjate como tengo mi calembo, esta a punto de reventar y no puedo orinar… me estoy muriendo… llama por favor al 911…a la ambulciaa..popoliciaa, bomberoos... amor me muero… me muero…. Me muerooooooo…
Ella lo observaba tranquila y sonriente recostada en el umbral de la puerta del baño, en tanto se quitaba la crema con una toallita klennex. Mientras Guilol con manos temblorosas y húmedas acariciaba su preciado instrumento.
- ¿Donde estuviste anoche amor?-
Le pregunto Linda con voz sensual sacada de las telenovelas.
- Eso que importa Linda, por Dios, me estoy muriendo… mas tarde conversamos… llama a los bomberos, al medico, a la farmacia de turno, a la policía, al 911, al 920 o a cualquier numero que quieras… pero haz algo, que me ayuden…. Me muero… me muerooooooo… -
Linda camino hacia la sala de manera despreocupada y sensual contorneando las caderas.
-Donde estuviste anoche?
Repregunto Linda, esta vez con tono mas fuerte, Su voz cual aguja le ingreso a Guilo por el occipucio.
- Te lo digo por ultima vez amor… he estado con mi jefe preparando un caso para presentar a la corte era un caso muy delicado, mezclado con traficantes de drogas y gente del Dr. Montesinos, tu que trabajas para Elian en el Gobierno, sabes amor….pero eso no importa mi amor… tienes que ayudarme…
Su argumento ingenuo de boy scout fue cortado por la voz aun más fuerte de Linda que con las venas hinchadas del cuello grito:
- ¿Donde hasta estado anoche sabandija?, resulta, que he encontrado un panti rojo recién usado en el bolsillo de tu saco beige…
- Debe de ser una de las bromas que suelen jugarme los compañeros de trabajo amor….
-Muérete entonces…
Grito Linda y se dirigió rauda al baño y cerro de un portazo. Una vez adentro le grito,
- A ver como le haces para orinar pues te he puesto Crazy Glu en la punta de tu calembo…
-Nooo, grito Guilo… voy a reventar…. me voy a morir…. Ese Crazy Glu es una goma que pega hasta el fierro… No puedes hacerme esto, Mi calembo, es el único que tengo… ayyyyy mi calembito…
Desesperado Guilo cogió una toalla celeste, cubrió su cuerpo flaco y pálido y salio a la calle en busca de ayuda. El amanecer de invierno estaba más oscuro que negro desnudo. A lo lejos se aproximaba un taxi amarillo. Al acercarse, Guilo se lanzo sobre el para que se detuviese, y el chofer creyendo tal vez que era uno de los tantos borrachos de fin de semana, o un mendigo, siguió con rumbo desconocido…Detrás del taxi se escuchaba la voz de Guilo gritando,
-Detente mal nacido, esto es grave, voy a reventar, me muero, no puedo orinar, me muero….
En el apartamento Linda miraba entre sus manos el panty que había encontrado en el bolsillo del saco y se dijo…
- Tal vez me quede bien uno así… pueda ser que mañana me compre uno-.
Se dirigió al depósito de basura en la cocina y lo lanzo al fondo. Camino luego hacia su cama y dijo entre dientes…
- Dios perdono el pecado pero no el escándalo…
Después de breves minutos, los ronquidos de Linda rasgaban como una uña, la soledad y el silencio de su habitación.
En la calle, en la vereda del frente reposaba sobre el pavimento una toalla celeste. A lo lejos alguien corría con rumbo desconocido lanzando gritos que no se entendían.

-- o --


EL HUACHITO DE LOTERIA

!José ! escuché a mi espalda, ! José del Carmen! volví a escuchar esta vez, mas alto y mi abuelo José, mi hermano Raúl y yo volteamos hacia donde provenía aquella desconocida voz. Un hombre con terno azul oscuro, sombrero negro, y cigarrillo en la mano izquierda miraba asombrado a mi abuelo el cual volteó lentamente. Una vez que quedaron frente a frente, el desconocido agregó .
- Cuanto tiempo que no te veo, José. Me reconoces? Soy Guaylupo, Arturo Guaylupo, casado con Manuelita Jiménez, vivíamos en la calle Junín, por la oficina del correo, en nuestro querido Puerto de Paita.
Mi abuelo sonrió atizándose sus bigotes canosos y levantando con el dedo pulgar su ala delantera del sombrero, le contestó sonriente:
- Claro que te recuerdo Arturo-.
Mi abuelo dio un paso adelante y se abrazaron, luego prosiguió:
- Cuando yo me vine a Lima, hacia como cinco meses que habías ingresado de bombero a la compañía…claro que te recuerdo... Que tiempos aquellos –balbuceó- que tiempos…
Mi abuelo bajó la cabeza y esta cayó sobre su pecho como un membrillo helado mientras su mirada se estrellaba contra la vereda haciéndose pedazos - Que tiempos –continuó murmurando en voz baja. Solo yo lo escuché. Y al levantar mi cara me percaté que mi abuelo no hablaba, su voz chorreaba de su boca lentamente y en silencio. Otra voz súbitamente lo sacó de sus pensamientos.
- Y UD. me recuerda Don José?
De manera respetuosa surgió como un corcho en el agua la voz de otro hombre ligeramente mas joven que acompañaba a Arturo, el cual miraba a mi abuelo fijamente al rostro esperando entusiasmado supuestamente una respuesta afirmativa.
Mi abuelo lo escudriñó lentamente, se llevó la mano derecha a la barbilla, levantó la mirada como queriendo encontrar algún nombre escrito en las nubes y solo halló una gaviota rayando el cielo con sus alas. Luego de breves segundos le contestó taxativo,
- A ti si que no te recuerdo.
- Yo soy Ismael –
Respondió y a continuación le disparó una ráfaga de recuerdos intentando herir la memoria de Don José del Carmen.
- Soy Ismael -continuó- hijo de Felicita casada con el policía Alejandro Dedios, que estuvo destacado en la comisaría de Talara por años y luego se jubiló y puso una tiendecita de abarrotes por el zanjón nosotros con mi hermana Teodosia vivíamos a dos calles del taller de mecánica que Ud. tenia. Su hermano Don Ricardo, el cual era capitan de barco, fue padrino de matrimonio de mis padres. Me recuerda Don José?
Yo me percaté de este hombre, que entusiasmado esperaba una respuesta vestía un terno marrón algo desteñido de los hombros, chaleco azul y un pañuelo marrón con líneas azules sobresalía del bolsillo del saco.
- De tu padre Alejandro Dedios, si me acuerdo -le contestó mi abuelo- y de tu mamá doña Felicita, que tenía una tiendecita de abarrotes por el zanjón. Es que mucho tiempo ha transcurrido desde que deje la Santa Tierra, y los rostros cambian terminó diciendo mi abuelo. Mucho tiempo y la memoria que a veces nos juega malas pasadas…
- Allá en Paita supimos de tu operación y que tuvieron que cortarte la mano izquierda y lo lamentamos mucho – interrumpió Arturo. ! Wua !, el Puerto estaba conmocionado, los domingos durante el sermón de la misa de 12, el padre Ramoncito, repetía cada semana, roguemos por la salud de José del Carmen que se encuentra en Lima, muy malito. !Wua!, si hasta la archicofradía de la Virgen de Mercedes mandó a hacer una misa por tu salud y recordaras que a esa Archicofradía pertenecía tu hija Josefita y también tu otra hija, la menor, creo que se llama Conchita. Tú sabes que las noticias llegan allá con retrazo, pero llegan. Pero de todas maneras creo que nuestras plegarias sirvieron de algo, ahora te veo muy bien… terminó diciendo.
- Si dijo -mi abuelo José- venimos de Paita a Lima, mi esposa Eufemia y mis hijos Manuel y Josefita, ellos hicieron todos los trámites en el hospital Guadalupe del Callao para mi operación por que dicen que yo estaba sin conocimiento. Me dijeron que tenia principios de gangrena en el brazo izquierdo, que por poco esta gangrena me llega al corazón y si eso hubiera sucedido, me habría muerto y hubiera tenido que entregar el equipo –agrego sonriendo-
- Dicen que fue duro para Eufemia y mis hijos tomar la decisión de que me corten una mano, y un poquito mas arriba, fíjate acá hasta el antebrazo… pero de algo sirvió… total tenia dos manos, -dijo sonriendo. Yo no me acuerdo de nada y no quiero ni acordarme… fueron momentos muy difíciles, verdaderamente difíciles… el dinero se nos acababa… las medicinas costaban caro… pero felizmente todo se arregló. Parece ser que San Pedro aun no me quería y eso hasta la fecha. Después mi hijo Manolito como ya estaba viviendo acá en el Callao, ingresó a la marina de Guerra… a la Escuela de Artes y Oficios de la marina, y hasta ahora sigue en la marina… no recuerdo que grado tiene… mi otro hijo Elibidio también ingresó a la marina de Guerra, pero el mediante su servicio militar obligatorio y se quedó hasta la fecha, los dos ya están casados.
Yo miraba a esos señores y reconocí que definitivamente no eran de la capital hablaban como habla la gente del norte, sus miradas eran antiguas y un olor a recuerdos despedía sus ropas. Ismael observaba a mi abuelo y no perdía ni uno de sus gestos, en tanto que Arturo movía la cabeza de arriba a abajo como diciendo si…si… o algo por el estilo.
-José y estos niños? preguntó de pronto Arturo señalándonos con la barbilla.
- Son los hijos de Josefita, -contestó- todos los días los llevo y recojo del colegio, ellos estudian en el San Antonio que queda por la calle Ayacucho. Josefita tiene tres churres, solo que el último esta muy chiquito y aun no va a la escuela…
- ! Wua ! Pero este encuentro no se puede quedar así -interrumpió Arturo- esto hay que celebrarlo, recién me encontré de manera sorpresiva con Ismael caminando por la calle Lima y fué el quien me reconoció, yo siempre he sido distraído… pero !Wua!, a ti te reconocí al momento José, tu sombrero, tus bigotes, tu terno… siempre vestiste terno y tirantes… este encuentro hay que celebrarlo –agrego- vamos a tomarnos unas cervezas - propuso…
- No... No… gracias -dijo mi abuelo- yo no bebo y mucho menos fuera de mi casa.
- Don José, ni que nos fuéramos a emborrachar agregó Ismael, es solo un brindis por el reencuentro. Es el reencuentro de tres gentes lejos de la santa tierra, es un brindis con Don José del Carmen Rodríguez Bautista en la ciudad del Callao…con Don José del Carmen, el Comandante de la Compañía de Bomberos de Paita, su fundador, primer comandante, y Jefe vitalicio, un brindis así no se hace cualquier día -sentenció…
- Ya córtala, córtala, que me lo voy a creer, dijo mi abuelo algo avergonzado… pero… esta bien –terminó aceptando mi abuelo, sonriendo y atizándose los bigotes
- Pro solo un brindis, agregó.
- Claro, contesto Arturo, !Wua !, ni que el sueldo diera para tanto, -concluyó diciendo- los tres soltaron una carcajada al unísono.
- Y, a donde vamos? Preguntó mi abuelo
- En este momento hemos pasado por un lugar apropiado, simpático, cómodo y acogedor aquí en la esquina – dijo sonriente Ismael.
- Con esa descripción tan completa, no será que tu ya eres cliente antiguo de ese apropiado, simpático, cómodo y acogedor lugar? –pregunto Arturo.
- Podría ser –contestó Ismael- uno no sabe a veces donde termina la caminata del día…
- Ni donde comienzan las del otro día – agregó mi abuelo-
Los tres soltaron una carcajada nuevamente. A mi me sorprendió escuchar reír a mi abuelo tan alto. Su rostro resplandecía. Conversaba con esos señores de una manera muy familiar y parece que se comprendían mucho.
El grupo circular de cinco que inicialmente habíamos formado en la vereda durante la breve conversación, ahora se deshizo formando una línea a lo largo de la vereda. Iniciamos la caminata hacia la esquina. Yo me coloqué como siempre al lado derecho de mi abuelo. El instintivamente agitó su mano derecha buscando la mía entre el viento. Generalmente yo caminaba a la escuela de la mano de mi abuelo. Yo sentía mi mano izquierda pequeña protegida en la mano derecha e inmensa de mi abuelo. Por aquellos momentos me sentía como una estrella cubierta por una nube. Mientras el conversaba con esos señores reconocía su voz gruesa la cual me era tan familiar que aun cuando estaba callado sentía que me llamaba para contarme historias de su lejano Paita, de los viajes que realizo en el barco de su hermano llamado El Joven Ricardo, e historias de tiburones, pulpos y marineros ingleses.
Seguimos caminando. Al llegar a la esquina, ingresamos a un inmenso salón con dos puertas situado en la esquina próxima al reencuentro, entre la Avenida Buenos Aires y la calle Saloon. En el interior del local un poco oscuro unas doce o tal vez catorce mesas estaban distribuidas en columnas y sentados alrededor de ellas algunos señores en grupo de cuatro o seis reían o hablaban en voz muy alta. Encima de cada una de las mesas se hallaban desperdigadas algunas botellas verdes vacías, llenas o semi llenas. El piso verde/negruzco estaba semi cubierto por aserrín rojizo. Un olor a humedad y melancolía flotaba en el ambiente. Al fondo una rokola mezcla de plástico brillante azul, rojo y metal plateado, sonaba bulliciosa y lejana. Reconocí una canción del trío los Panchos la cual cantaba mi padre cuando solía afeitarse por las mañanas
“Como un rayito de luna
que entre la selva dormía
así la luz de tus ojos
ha iluminado mi pobre vida.
Tú diste luz al sendero
de mis noches sin fortuna
iluminando mi cielo
con un rayito claro de luna.
Rayito de luna blanca….
Una vez adentro nos detuvimos al centro de dos mesas. Después de un ligero titubeo, miradas cómplices que se tropiezan, palpar las sillas, mi abuelo y sus amigos se sentaron alrededor a una pequeña mesa.
- A los churres hay que sentarlos allí, -señalo mi abuelo una pequeña mesa cubierta con un mantel verde y cuadrados rojos, situada al lado izquierdo del salón, junto a una ventana de grandes vidrios.
- También hay que pedirles una coca cola para cada uno para que se refresquen y algunas galletitas - agregó Ismael.
- Si dijo Arturo, hay conversaciones de grandes que no tienen por que escuchar los churres.
- Si, agregó mi abuelo -ellos ya aprenderán con el tiempo, por que tiempos duros nos esperan termino diciendo.
- Por que dice eso Don José? - Pregunto Ismael.
No se escucho respuesta alguna, esta fue cortada por la voz de un joven con corte de cabello a lo militar que fungía de mozo el cual con un pequeño mantel gris colgado alrededor del brazo izquierdo, pantalón negro y camisa blanca, interrogó a los recién llegados con tono ceremonioso:
- Bienvenidos al Bar “La esquina del movimiento”, que van a tomar los señores en la tarde de este viernes soleado y cervecero?
- No me hables tanto que me mareas antes de tiempo -contestó mi abuelo sonriente, -trae a estos señores sentados alrededor de esta mesa, un vino, - contestó de manera también ceremoniosa mi abuelo.
- Arturo mirándolo fijamente le pregunto, vino o cerveza Don José?
- Vino - sentenció mi abuelo, y enseguida agregó:
- No hay que ser como aquellas personas que beben cerveza, una bebida común y corriente…. hay que ser como la gente. Tráigame una botella de vino Ocucaje le dijo al mozo y no me traiga vasos, tráigame tres copas grandes de esas que parecen cálices igualitos a aquellas en los cuales toman vino en la misa los curas, y a los churres –dijo señalándonos- tráigales una botella de coca cola a cada uno, con sus vasos, no les de esas cañitas largas con la que toman sus bebidas los palomillas, y déles también algunas galletitas -concluyó de manera proverbial.
-Vino dulce, seco, semiseco, claro, rosado o tinto? preguntó el mozo que parecía que se sabia la lección de memoria.
- Tráigame una botella de vino semiseco, y que sea tinto. Tiene que ser rojito como la sangre de Cristo, terminó diciendo mi abuelo.
- A la orden señor, dijo el mozo y se alejo silbando el bolero “Poquita fe” que en ese momento cantaban en la rokola del fondo “Los Panchos” en la voz de Jhonny Alvino.
Cuando el mozo se alejaba, mi abuelo, como disparándole a quemarropa y por la espalda sobre su camisa blanca inmaculada le gritó !Y que sea el vino heladito, bien heladito! No lo olvides, te lo dice Don José del Carmen Rodríguez Bautista, de Paita.
- ! Wua ! este Don José, dijo Ismael, simple tan exquisito y tan creativo. Hoy vamos a tomar vino y no cerveza, vino al igual que en la misa, a ver si tomando vino como los curitas se compone, Arturo, dijo lanzando una sonora carcajada.
- Si -contestó mi abuelo-, a ver si tomando vino y por un solo precio, se compone Arturo, Ismael, nos quitamos la sed, hacemos un brindis y de paso, nos acercamos más al cielo.
Los tres se rieron a carcajadas. Yo no entendía lo que decían, pero se que a los amigos de mi abuelo les pareció muy divertido. Yo mire hacia la mesa de la derecha por que un sonido semejante a huesos que chocan me llamo la atención. Observé las cinco personas que integraban el grupo jugaban lanzando sobre el mantel amarillento, una especie de cubitos pequeños y que lanzaban después de introducirlos en un vaso de cuero marrón. Reían alborozados cuando se quedaban mirando aquellos mágicos cubitos y veían el resultado contando los puntitos que tenían en sus superficies.
Levanté la vista y miré hacia el fondo y observé que dos parroquianos de la sexta mesa intentaban acompañar cantando con Julio Jaramillo el pasillo “tus cartas”, mientras que el tercero del grupo parecía llorar mirando el vació, sosteniendo en la mano izquierda un vaso con un liquido amarillento el cual al agitar derramaba una espuma brillante que se acumulaba sobre la mesa adoptando extrañas formas. Los otros dos señores de la mesa –ahora callados- lo miraban en silencio mientras movían la cabeza como diciendo no…no….
- Por qué llora la gente grande cuando escucha ciertas canciones y sostiene en su mano un vaso me pregunté? Años después comprendí que cada canción tiene adherida como etiqueta indeleble un recuerdo y que las botellas son simplemente llaves que nos abren las puertas para intentar revivir pedazos de nuestras vidas, pero no precisamente aquellos pedazos que nos hicieron suspirar sino aquellos que nos dejaron sin aliento…
- Estas coca colas son para ustedes nos dijo el mozo sacándome bruscamente de mis disquisiciones de niño, haciendo sonar la chapa de las botellas al abrirlas mientras colocaba sobre la mesa el azafate con la botella de vino y las copas. Luego se acercó a la mesa de los amigos de mi abuelo, depositó la botella sobre la mesa y una copa al frente de cada uno de ellos. Luego procedió a abrir la botella de vino con un sacacorchos que llevaba colgado de la correa a modo de llavero folklórico. La botella sonó como un cohete de navidad al sacarle el corcho, depositó la botella sobre la mesa secándola antes con el trapo que tenía colgado en su brazo izquierdo y agregó mientras se alejaba sacando el corcho del sacacorchos –los buenos vinos gritan cuando los abren, los malos ni suspiran.
Nunca había tenido una botella de coca cola para mi solito, -pensé - siempre recordaré este momento, me dije. Tampoco había visto a mi abuelo tan alegre y conversador. Se había colocado el sombrero hacia atrás descubriéndole su frente ancha. Lo veía chistoso. Reían de cosas que yo no escuchaba o acaso no comprendía. Conforme pasaba el tiempo y la botella de vino se iba consumiendo, ellos se tornaban más conversadores y reían cada vez más. Pensé… tal vez dentro de cada botella de vino se esconde un genio y que al destaparla, sale y lo hace a uno reír o llorar dependiendo que deseo le pida.
Súbitamente Ismael, se levantó y se dirigió a la rokola del fondo introduciendo su mano derecha en el bolsillo del pantalón. Su caminar ya no era el de antes, caminaba un poco vacilante y por momentos se ladeaba, pensé que ya se estaba retirando a su casa y no sabía cual era la puerta de la calle. Pero no. Se dirigía a la rokola del fondo. Al estar al frente de ella le introdujo unas monedas por una hendidura de metal. Comenzó a señalar con el dedo índice derecho una serie de letras escritas en una lista de nombres en la parte superior de la rokola. De pronto se detuvo en uno, sonrió, movió la cabeza de arriba a abajo, como diciendo lo encontré… lo encontré… y gritó desde el fondo del salón:
- Esta es para Ud. Don José, el vals “El Provinciano”, el himno de nosotros los que alguna vez dejamos la santa tierra, para olvidar malos amores o buscar cosas mejores.
Algunos señores de las otras mesas aplaudieron. De pronto se escuchó un guitarreo y la voz de un cantante que siempre recordare por que por primera vez escuché la voz de mi abuelo cantar a dúo con el cantante don Abanto Morales:
“Las locas ilusiones me sacaron de mi pueblo…
y abandoné mi casa para ver la capital,
como recuerdo el día
feliz de mi partida,
sin reparar en nada
de mi tierra me alejé,
y mientras que mi madre,
muy triste sollozaba,
decíame hijo mío
llévate mi bendición.
Ahora que conozco la ciudad
de mi anhelado sueño …. ”
La voz de mi abuelo sonaba rasposa, gruesa, entrecortada, a veces callaba, no sé si por no saberse la canción o por que en ese momento algún recuerdo indiscreto se le atravesaba en la garganta. Ismael era el que mas alto cantaba y se rascaba el pecho con la mano derecha como tocando una guitarra, mientras que Arturo aplaudía cadenciosamente con las manos siguiendo el ritmo y tímidamente balbuceaba la canción. Los señores de las otras mesas parecía que se hubieran puesto de acuerdo pues cantaban a coro y se sabían de memoria la canción.
- Cuando esta terminó, la gente de las demás mesas aplaudieron y volteaban la cabeza hacia la mesa donde estaban sentados mi abuelo y sus amigos. Ismael dijo mientras apuraba un sorbo de vino:
- Estas son las canciones que hacen sentir al Puerto de Paita latir en el pecho.
- Si, dijo Arturo, estas son las canciones que hacen por momentos revivir la historia y sentir el abrazo del hermano ausente, el beso de madre que ya no esta con nosotros, la caminata hacia el colegio del barrio, o el olor antiguo de nuestro dormitorio -.
Yo desde mi mesa los miraba asombrado y me preguntaba: por que ciertas canciones ponen tristes a los grandes? La música es para alegrarse y no para llorar. Será que detrás de cada canción ellos esconden un pedazo de su vida como viejo manuscrito que los niños no sabemos aun leer?
Después que termino de hablar Ismael, hubo un silencio, y de pronto de la garganta de Arturo salió un grito imprevisto
- !Mozo!, !Mozo! - y hacienda sonar las manos como aplaudiendo dijo -Mozo tráigame otra botella de vino igualita a la anterior, pero esta vez mas helada, y vaya poniendo otra mas a helar por que aun falta la de mi amigo Ismael, el cual es un poco tímido para decírselo de frente…
- !Wua ! , agregó Ismael, no falta la mía sino… l a s… m i a s , ya que la conversación es larga, los recuerdos muchos y las botellas son pocas.
- Los tres rieron a carcajadas.
- Hoy si que nos acabamos todos los vinos de esta cantina, agregó Arturo… y nos vamos derechito al cielo, como los curitas.
- ! Wua ! - agregó mi abuelo, los churres si creo que se irían derechito al cielo… pero tu, mi querido Arturo, tendrías que tomar por lo menos unas cinco cantinas como esta, para que apenas te acerques un poquito al cielo.
-Los tres soltaron una gran carcajada al unísono. Los de la otra mesa voltearon a mirarlos y el mas joven de camisa azul a cuadros dijo algo tal vez gracioso que no alcancé a escuchar, por que los demás señores también se rieron algunos aplaudiendo y otros golpeando la mesa con la palma de la mano abierta.
Yo volví a dirigir la vista al grupo de los amigos de mi abuelo. Ahora si les escuchaba claro. Hablaban como gritando. En su conversación se mezclaban nombres, fechas, ciudades, nacimientos y muertes de personas, matrimonios y separaciones. Hablaban de dichas y desdichas. No me di cuenta en que momento habían comenzado a fumar, pues sobre la mesa descansaba una cajetilla de cigarros Inca a medio usar y a su lado una cajita de fósforos marca llama. Sentía que el ambiente olía a recuerdo y las copas de vino se agregaban a las que ya tenían encima los tres amigos. Yo me decía, cuando se toma el vino entre amigos, este debe de adoptar un sabor diferente a cuando el vino esta solitario en la botella.
De pronto un muchachito de unos siete u ocho años ingresó al salón y miró hacia los señores de las mesas. Luego se acercó a la mesa del fondo con una serie de papelitos en la mano, los cuales ofrecía a los asistentes. Pero parecía que mas importante era la conversación de ellos, pues el niñito se alejaba sin que le hubieran dado la menor atención. En su lento recorrido, el niñito llegó a la mesa de mi abuelo y sus amigos ofreciéndoles lo que recién pude descubrir. Era una guerrilla de huachitos de lotería, la cual ofreció a Arturo, quien rechazo, luego a Ismael el cual procedió igual y terminó yendo donde mi abuelo José el cual le preguntó:
- Que vendes churre?
- La lotería de Huancayo señor, le contestó el niñito. Aquí le traigo la suerte, cómpreme un huachito y no se arrepentirá, es para el 15, es decir para mañana sábado 15.
- Está bien - respondió mi abuelo, dame tres.
- El niñito le alcanzó uno, y mi abuelo se lo entregó a Arturo.
Después el niñito agregó, -discúlpeme señor, solo tenia ese que juega mañana 15 y es de la lotería de Huancayo, pero tengo la de lotería de Ayacucho que juega pasado mañana domingo y de esta tengo dos huachitos y el premio es mayor.
- Esta bien dijo mi abuelo José dame esos dos huachitos de la lotería de Ayacucho.
- El niñito agregó, estos huachitos son la mismísima suerte señor, yo les he traído la suerte ya a dos señores, en esta misma cantina, ya vera usted, como se gana la lotería señor. Y fíjese acá tengo otra para el martes 28 que con esta ganara mucho más por que es de la suerte mayor, cómpreme esta otra señor, cómpreme que yo les traigo la suerte…
- El niño fue cortado por Arturo quien le dijo, - bueno churre dale el vuelto a José y déjanos que estamos conversando-.
- El niño se alejó diciendo, yo siempre traigo la suerte señor ya vera… ya vera… yo soy Pepin el de la suerte… Pepín, acuérdese, soy Pepin…
-Al alejarse le echó de reojo una mirada a las coca colas de nuestra mesa que aun estaban a la mitad. Me percate que no llevaba zapatos y que usaba a modo de correa una corbata desteñida que terminaba en hilachas…
- Mi abuelo dijo, ojala que con estos huachitos cambia nuestra suerte, por que acá en la capital no hay tanta suerte como en la santa tierra.
- Arturo agregó –le tomo la palabra Don José, ojala que nos traiga suerte. Es decir, le tomo la palabra y le tomo además esta copa de vino heladito.
Si agregó Ismael, -tomémonos la palabra y el vino que se esta calentando.
Los tres bebieron entre risas y toses.
- De pronto Ismael preguntó, Que haces Arturo? Al ver que este después de beber el vaso de vino sacaba un pañuelo ajado y blanco del bolsillo de su pantalón.
- Guardo mi huachito amarrándolo en la punta de mi pañuelo, para que me traiga la suerte, esto me lo enseñó una gitana allá en Olmos y además ella me dijo que hiciera lo siguiente – Arturo se levanto y dió dos vueltas a la silla y se sentó diciendo algo entre dientes que no logramos descifrar.
Ismael agregó,
- Yo con vueltita o sin vueltita el domingo me levanto millonario.
Si –dijo mi abuelo – ojala que los millones que tengamos no nos quite la amistad.
De ninguna manera contestó Arturo, la amistad es como el vino –mientras mas viejo es mejor.
Estoy de acuerdo contigo Arturo –dijo Ismael- pero lo mismo no podemos decirlo de las mujeres.
Los tres soltaron una sonora carcajada que se escuchó en todo el salón y reían y reían y no tenían cuando parar. Yo me decía, los grandes a veces cuando beben vino se vuelven locos a pedazos

Habían transcurrido como dos horas y sobre la mesa cuatro botellas vacías de vino Ocucaje le hacían compañía a una quinta semi llena. Más allá un plato con algunas galletas cuadraditas de soda y otro plato con pepas y restos de aceitunas le hacían compañía. El mantel que cubría la mesa que cuando ellos llegaron era de un blanco impecable, ahora mostraba a modo de medallas moradas, manchas de diversos tamaños cubiertas en partes por las cenizas de algún cigarro impertinente o una servilleta de papel arrugado.
A mi lado, en otra silla de madera descansaba mi maleta marrón con mis libros, cuadernos y preocupaciones esperando el día lunes.
Mi abuelo llamó al mozo para preguntarle donde estaba el baño, y este señalo hacia el fondo a la derecha y dirigiéndose a sus amigos les dijo – aquí hay que hacer cola señores, por que parece que esas dos personas se me adelantaron en el turno, así que separen su turno con tiempo señores…
- Ismael y Arturo rieron y agregaron !Wua! que, don José del Carmen.
Los señores del fondo ahora de pie, se abrazaban e intentaban hacerle coro al cantante don Abanto Morales cuya voz se escuchaba desde la rokola del fondo. Este los evitaba cambiándoles la letra al vals por que tal vez el deseaba cantar en esta oportunidad solo, después pensé que eran ellos los que cantaban una canción que no se sabia don Abanto y que este, disimulaba de una manera muy diplomática… cantando la suya.
No sé en que momento mi abuelo y sus amigos estaban otra vez de pie. Me percaté que Arturo propuso un brindis que no entendí. Se balanceaba hacia adelante y atrás… de derecha a izquierda que me recordaba los veleros en muelle del Callao los días domingos- la copa de vino en su mano derecha acompañaba el balanceo. Mi abuelo e Ismael sin percatarse, lo imitaban en el balanceo y estoy seguro que lo hacían sin esforzarse.
- En un momento Arturo se acercó a mi abuelo y colocando su mano derecha sobre su hombro escuché que le agradecía por haberlo aprobado en la entrevista para entrar a la compañía de bomberos de Paita.
- Don José -le dijo mirándolo de perfil, mientras mi abuelo lo escuchaba posando su mirada en una mancha morada del mantel- nunca había dicho esto hasta ahora, pero para mi fue mi primer logro, nunca había obtenido nada en mi vida hasta ese momento, trabajé en el ferrocarril, en la pesca, de ayudante de mecánico de barco, de albañil, en la construcción de la carretera Piura-Sullana, y nunca había tenido éxito, pero el ser bombero fue para mi un gran logro. Nunca lo había dicho a nadie y le agradezco además por haber sido Ud. mi comandante. Después de esto que fue un gran acontecimiento para mi… todo fue ya mas facil… ingresé a trabajar en el correo, allí estuve diez años… fui compañero de la señorita Amanda, Amanda Jaramillo, la cual al jubilarse me dejó su puesto.. y llegue a ser Supervisor. El ser bombero me dio prestigio y seguridad… no sabes José cuanto me sirvió…
- Las palabras se le atracaban en la garganta y creo que era el humo del cigarrillo que le hacían llorar sus ojos marrones.
- Siempre he pensado que el cigarro hace llorar a los hombres cuando su humo les da en los ojos, por que el humo adquiere extrañas formas en el aire y escribe a veces de manera impertinente, nombres y rostros que ellos desean olvidar.
Las palabras de agradecimiento de Arturo, se mezclaban con el humo y la saliva, lo demás que dijo no lo entendí no se si por que mi corazón de niño aun no había sido humedecido por la tristeza, o por que no sabia que los adultos también lloraban cuando se guardaban algo y lo dicen en el momento … lo único que sé, es que Arturo lloró esa tarde en el hombro derecho de mi abuelo, mientras que el, con la mano izquierda que no tenia intentaba acariciarle su cabeza que no encontraba…

Las horas fueron sucediéndose y varios señores que estaba sentados en las otras mesas pasaron caminando con dirección a la puerta frente a nuestra mesa tambaleándose silbando canciones que no conozco y diciendo palabras que no entendía. De pronto a lo lejos un perro ladró, el claxon de algún auto sonó de una manera chillona en alguna esquina y detrás de mi coca cola yo intentaba guardar esa tarde mágica en mi pecho detrás de mi escapulario de la Virgen del Carmen, bajo mi camisa inocente de escolar.

En otro momento de la reunión, Ismael hizo que se levantaran para proponer un brindis, mientras la rokola del fondo era abrazada por dos hombres que cantaban el vals “Gitana”, imitando la voz de los hermanos “Dávalos”. Las palabras que dijeron en ese brindis, nunca lo sabré, solamente se que a Arturo le rodaron dos o tres lagrimas por las mejillas que terminaron humedeciendo la manga derecha de su saco mientras una palabra manchada en vino tinto goteaba de su boca. Después del brindis volvieron a sentarse. Un corto tiempo permanecieron en silencio, cabeza agachada y empinando como un arma invencible contra la tristeza: su copa.
De pronto descubrí que la voz de mi abuelo había cambiado, la de Arturo e Ismael también. Hablaban como si tuvieran una pepa de aceituna en la boca, se le enredaban la lengua en sus palabras. Súbitamente reían golpeando la mesa con la palma de la mano abierta y hubo algunos momentos en que nuevamente se abrazaron. Mi abuelo no se en que momento había colocado su sombrero en una silla del lado y allí estaba junto al de Arturo y a su costado un periódico doblado que no sabia de donde había salido.
De vez en cuando Ismael se quedaba silencioso, bajaba la cabeza y miraba sonriente sobre la mesa algo que yo no veía.
- Arturo le palmeaba el hombro y le decía, no malogres esta tarde con recuerdos tristes.
Por primera vez sospeché que los recuerdos vienen a los ojos y nublan la mirada cuando a los hombres se les apaga el corazón mientras aun tienen un nombre clavado en la memoria.

Habían transcurrido como dos horas a dos horas y media de estar en ese lugar y en un determinado momento el mozo se aproximó trayendo en su mano izquierda un pequeño papel, después me percaté que era la cuenta de lo consumido. Estando frente a la mesa vaciló. Miro a los tres y coloco el pequeño papel sobre la mesa cerca a mi abuelo soplando previamente la ceniza, y se retiro lentamente mientras se colocaba un chicle en la boca.
- Mi abuelo se acomodó el sombrero y dijo –ahora la cosa es seria churres, así que mano al hígado y a pagar la cuenta.
- Ismael se rió y dijo, la cuenta de estos vinos la pagamos entre Arturo y yo… total nosotros somos los que lo invitamos.
- Arturo contestó rápidamente – Wua, Ismael no le quites la voluntad a José del Carmen, sino se va a resentir, así que déjalo que el también colabore.
Los tres rieron. Sobre la mesa fueron colocando billetes uno sobre otro y algunas monedas que se confundían entre las manchas de vino en el mantel.
- Mozo –gritó Ismael- con una voz que no era la de el
– Mozo, insistió gritando esta vez mas fuerte con otra voz que tampoco era la de el.
- Mozo, dijo después bajando la voz al ver que este se acercaba -aquí te dejo el dinero de la cuenta y también te dejo una propina para que te compres una bicicleta o si deseas un caballo -. Los tres rieron nuevamente.
Salimos juntos del salón. Arturo e Ismael abrazaban a mi abuelo quien se tambaleaba. Se habían colocado uno a cada lado. El, por ratos intentaba recobrar la solemnidad, pero el cuerpo no le respondía, no le respondía el cuerpo ni la mirada. Su barbilla descansaba placidamente sobre su pecho y su mirada perdida en el vacío buscaba duendes o tal vez recuerdos inconclusos que se olvido nombrar. Los autos pasaban raudos pero tenía la impresión que se detenían para ver aquella procesión de hombres y niños caminando al conjuro de una tarde mágica e inacabable. Veía la cabeza de mi abuelo que al caminar era movida por el viento. Su andar era lento, tenía dificultad al caminar pues arrastraba ambos pies. Sus dos amigos lo llevaban sujeto por la cintura y el los abrazaba con un brazo para cada uno. Los tres parecían uno solo. Pero sospecho que el ruido y movimiento de los autos, los movía también a ellos pues su caminar era por etapas y no se ponían de acuerdo pues a veces se chocaban y mientras uno se detenía el otro caminaba hacia atrás. Su sombrero caía como un pedazo de sombra sobre su cara.

Nos acercábamos caminando lentos a nuestra casa. Avenida Buenos Aires 825. Allí estaba. Pude distinguir el arbolito y el poste de luz frente de la casa, paradero obligado de todos los perros del barrio, y aquella nube blanca sobre el cielo gris en lo alto que se había convertido en mi amiga.
Una vez frente a la casa mi hermano Raúl se adelantó y empinándose sobre su pequeña estatura, tocó el timbre de la puerta. Los amigos de mi abuelo llegaron minutos después y se colocaron detrás de nosotros al frente de la puerta. Todo lo que sucedía en esos momentos me parecía un ritual, casi una ceremonia. Eran como las seis de la tarde. Mi hermano Raúl, insistió nuevamente con el timbre. De pronto la puerta se abrió. Apareció en ella la imagen de nuestra madre entregándonos –como siempre - su aroma de bondad y su sombra de tristeza. Siempre sospeché que mi madre había zurcido su ropa con trozos amor y de melancolía.
Ella miró a mi hermano Raúl, levantó luego la mirada y mi abuelo escondió la suya debajo del sombrero. Que es esto papa?, -le preguntó-
Mi abuelo alcanzó a decir –son I..s..m..a..e..l… y A..r..t..u..r..o.. de P..a..i..t..a. –
- Como? Preguntó mi madre?
Segundos de silencio y sombra cayeron sobre nosotros. No alcanzaba a explicarme que estaba ocurriendo, pero me sentía cómplice de algo que no se que era y una culpa blanca golpeaba mi pecho y hacia contrapeso a mi maleta que con mis libros, colgaba de mi hombro derecho.
-Que es esto papa? volvió a repetir mi mama, mientras yo la miraba con mi niñez de asombro y cometas al sol.
Mi hermano fue el que contestó.
- Son unos señores de Paita, amigos de mi abuelito y se han reencontrado por la calle después de mucho tiempo y han estado brindando.
La palabra “brindando’ dicha por mi hermano Raúl, y escuchada en dicha tarde tantas veces por mi abuelo y sus amigos me era ya tan familiar, como la propina de los domingos
- Si Josefita- se escuchó una voz como venida de la ausencia.
- Soy Arturo Guaylupo y el es Ismael, hijo de Alejandro Dedios, el policía y de doña Felicita quien tenia una tiendecita por el zanjón. Soy Arturo Guaylupo insistió, casado con la Manuela, Manuelita Jiménez.
- ! Oh!, si contestó mi madre. –claro que recuerdo a doña Manuelita.
- Adelante, entren- dijo - con voz seca e incómoda haciéndose a un lado para que pasara la comitiva.
- Niños y hombres ingresamos. Inmediatamente reconocí el olor de mi casa mezcla de juguetes y de ternura.
- Ambos señores buscaron el sofá más próximo, por que el peso del cuerpo de mi abuelo les ganaba, pero mi madre les dijo:
- allí no lo pongan, por favor acuéstenlo en su cama de una vez para que duerma, señalando el interior de la casa.
Los señores ingresaron llevando el cuerpo de mi abuelo entre ambos. Alcance a escuchar que mi abuelo decía como secreta palabra mágica en baja voz - que sueño… que rico sueño… nuevamente en casa… en casa…
Al ingresar se chocaron con cuanto objeto encontraron a su paso, una pequeña mesa al centro de la sala, dos sillas una puerta y un gato.
Durante su trayecto primero los señores pasaron por el dormitorio de mis padres para llegar al dormitorio de mi abuelo. Al llegar se detuvieron, me percate que a Ismael le temblaba el brazo izquierdo y que tenia la frente cubierta de innumerables gotitas de sudor y mi abuelo tenia subido el saco y su camisa blanca hasta el pecho que podía verle el ombligo.
Arturo titubeaba mirando las dos camas que tenia el dormitorio no sabiendo en cual acostar a mi abuelo.
- Es la del lado izquierdo –dijo desde atrás mi madre.
Los señores se agacharon y depositaron a mi abuelo sobre la cama. Noté que los brazos de ambos temblaban.
Mi abuela Eufemia súbitamente hizo su aparición en el marco de la puerta, con su delantal plomo. Mezclado con sus pasos se escuchaba el sonido de cuerpos que rozan y se derrumban sobre un colchón sorprendido y zapatos que se estrellan con su sonido seco sobre el piso de madera.
Mi abuela sorprendida miraba la escena, ocultando entre sus labios las preguntas y entre sus manos una cebolla. Mi madre le susurró al oído
– Está enfermo, papá esta enfermito-
- Y esos señores –preguntó señalándolos con la mano izquierda.
- Son de Paita, dijo mi madre, familia del pariente Guaylupo y el de la izquierda es hijo de Alejandro Dedios, el policía de Talara, se han encontrado por la calle y han estado brindando por el reencuentro, terminó diciendo.
- Bueno - dijo mi abuela –creo que José solo tiene que dormir- y se alejó hacia la cocina, apagando sus palabras.
- Arturo e Ismael después de haberle quitado a mi abuelo los zapatos y el saco, aflojado la corbata y haberle entregado su sombrero a mi madre, se arreglaron el saco y la camisa, dieron media vuelta y salieron caminando hacia la sala intentando controlar su caminar, evitando tambalearse y chocar con los muebles y mesa. Nuestro gato con su mirada redonda y sus ojos grises los observaba abajo de la mesa.
Yo dejé mi maleta con mis libros y cuadernos sobre mi cama. Me acerqué a ver a mi abuelo. Un extraño sonido salía de su boca semejando un rugido. Se inflaban sus labios cada vez que exhalaba el aire, roncaba como nunca. No obstante su rostro reflejaba una sonrisa, un mechón de su cabello caía ingenuamente sobre su frente amplia y un sueño hondo y quieto cubría su rostro como un delgado celofán. Yo pensé… así debe de ser el rostro de los muertos cuando descansan después de divertirse en el cielo. No sé por qué, pero tuve miedo y salí rápido del dormitorio. Tal vez ese fue mi primer encuentro infantil con la muerte.
Cuando regresé a la sala, los señores ya no estaban y mi madre interrogaba a mi hermano Raúl acerca de aquel encuentro, mientras este, comía una manzana. Las respuestas de él, eran cortas y casi no agregaba nada a lo que ya mi madre sabia. Luego me dirigió su mirada. Yo la evadí simulando buscar algo importante en mi bolsillo. Sentía que si hablaba demasiado metería en problemas a mi abuelo, me sentía como cómplice de una falta y no sabia que? Al no encontrar nada en mis bolsillos que me salvara de tan incomoda situación recurrí a la vieja y eficiente treta de las tareas del colegio y devolviéndole a mi madre la mirada alcancé a decirle mientras me alejaba hacia mi dormitorio –tengo que hacer como diez problemas de matemáticas y estudiar para mi examen de lenguaje. Mi madre se quedó con mi hermano en la sala, nunca le pregunté nada acerca de lo que habían hablado, pero sospeché que habló demasiado, pues días después y en momentos menos pensados mi madre le preguntaba a mi abuelo – Y cuantas botellas se tomaron esa vez con el pariente Guaylupo e Ismael, papá? A lo que mi abuelo solo respondía –ya perdí la cuenta hijita, solo se que tome tanto pero tanto vino para compensar los días que no he recibido la comunión en la iglesia, y mi madre respondió
-! Wua papá! no diga esas cosas-

No se cuantos días sucedieron desde aquel acontecimiento. Solo recuerdo que cierto sábado durante el almuerzo ocurrió algo inesperado. Estábamos almorzando la habitual sopa de frijoles de los sábados. Sentados alrededor de la mesa mi abuelo José, mi abuela Eufemia, mamá Josefita, y el tío Elibidio que había llegado ese día de visita y mis hermanos Raúl y Miguel. De fondo escuchábamos en la radio la carrera de caballos en la voz del conocido locutor Augusto Ferrando. Recuerdo que cada vez que llegaba el tío Elibidio de visita mi abuela Eufemia nos mandaba a sintonizar la carrera de caballos en la emisora Radio Central.
El almuerzo se desarrollaba dentro de lo habitual. De pronto mi abuelo José interrumpiendo el ruido de las cucharas, los platos y al gordo Ferrando de la radio, que en ese momento anunciaba que el caballo Mar Jónico había llegado a la meta en el cuarto puesto, dijo:
- A que no saben ustedes quien se ha sacado la lotería?
Mi abuela contestó
– Quien se la sacó que sea para bien y ojalá que no se vaya a volver loco como le ocurrió a don Jacinto aquel profesor de allá del pueblo de Querecotillo.
Mi abuelo desestimó sus palabras pues no agregó nada a ellas, no obstante dijo con voz ceremoniosa.
- Bueno… pues les diré que el nuevo millonario es Don Arturo Guaylupo, dijo, acentuando el apellido.
- El tío Elibidio que en ese momento estaba más entretenido en escuchar la carrera de caballos pues le había apostado a su favorito “Mar Jónico”, reaccionó de manera súbita, dejando caer la cuchara en el plato y le disparó a mi abuelo en pleno pecho la pregunta:
- Dígame papá? Arturo es aquel amigo al cual le regaló Ud. el huachito de lotería cuando estuvieron brindando vino en la esquina aquel viernes?
- Si, el mismo – contestó mi abuelo tranquilamente.
- Entonces hay que reclamarle nuestra parte - inquirió el tío Elibidio.
- ¿Cómo dices hijito? Preguntó mi abuelo.
- Digo papá que hay que reclamarle la parte que nos corresponde.
- No creo- contestó mi abuelo José, luego agregó, el huachito era de el, yo se lo regale, por lo tanto no tengo derecho a nada, terminó diciendo, mientras se preparaba para la siguiente cucharada de comida.
- Yo tampoco creo -intervino mi abuela Eufemia- ese huachito fue un regalo de José para Arturo.
- Yo tampoco creo que deba de hacerse nada - agregá de manera pausada mi madre. Y si algún día lo encontramos, debemos de felicitarlo por su buena suerte…
El tío Elibidio interrumpió a mi madre diciendo
- Yo no estoy de acuerdo con ustedes… y discúlpeme papá y mamá y discúlpame Josefita, pero yo si creo que debemos de ir a pedirle la parte que nos corresponde y si ustedes lo desean yo voy a tratar de localizarlo y en nombre de mi papá, pedirle el dinero que a el también le corresponde por que si el le regaló ese huachito de buena fe, le corresponde según ley una parte del premio… según la ley…
Y levantando la voz, acentuó sus ultimas palabras, palabras de manera cortante - molesto y desafiante-
- Que ley – preguntó mi abuelo-
- Como que ley, papá? – Dijo el tío Elibidio, la ley de la razón, del derecho, la ley del hombre, de lo que dijo alguna vez dijo Cristo, ayudaos los unos a los otros- esa ley –contestó el tío Elibidio –
Hermanito - escuché a mi madre decir con esa misma voz que usaba para levantarnos por las mañanas- yo creo que las cosas no son así…
- ¿Y como son entonces? – dijo el tío Elibidio interrumpiéndola de manera cortante.
- Bueno hijito, -escuché a mi abuela Eufemia decir – lo que sucede es que a veces la suerte esta para unos y no para otros y lo que se regala no se quita… sentenció.-
- Pero es que ustedes no entienden…. el asunto es este… –interrumpió el tío Elibidio.
Y antes que el prosiguiera con su discurso y mostrara sus argumentos, vi elevarse a mi abuelo de su silla como una columna de humo, cerró el puño golpeando la mesa hacienda mover los platos y con voz sentenciosa y grave dijo:
- Solo Dios sabe por que no me ha dado a mi ese premio, tal vez me hubiera hecho daño si lo hubiera tenido en mis manos. Es mejor así. Dejemos las cosas como están. Ojala que el dinero en las manos de Arturo no le cause daño. Y si esta en venir a darme algún reconocimiento por haberle regalado yo el huachito de lotería, pues sea bienvenido y sino aquí nada ha sucedido. Yo solamente he sido alguien que lo he ayudado a ser tal vez un poco mas feliz… eso as todo….y este asunto se acabó… al que Dios se lo dió, San Pedro se lo bendiga, y terminemos de comer que aun nos falta la sandia -terminó diciendo-
-Yo con ojos sorprendidos, intentaba descifrar el rostro de mi tío Elibidio el cual atrapado en sus palabras y en su agitada respiración trataba tal vez de reconciliarse con la resignación